El frío de la noche penetra entre sus piernas como si nunca hubiese hecho ese trabajo antes, debía utilizar ropa pequeña para complacer los ojos de los transeúntes sedientos de amor plástico y efímero. Necesitaba de esos sucios billetes para seguir respirando, deseaba, con todas sus fuerzas, no parecer atractiva a los clientes que se acercaban sigilosos en sus autos, esperando a ser satisfechos con los cuerpos de aquellas mujeres tristes.
Mimi, la morena más hermosa del sitio, temblaba de frío, parecía complacida todo el tiempo, como si disfrutara de lo que hacía. Era de esas mujeres imponentes que intimidan cuando hablan y parecen interesantes cuando callan, Cathy quería saber por qué una chica como ella estaba allí, desperdiciando el brillo de sus ojos en un lugar de mala muerte. Había hablado un par de veces con ella, su sonrisa artificial iluminaba su rostro cansado cuando se reía de sus propios chistes, como si intentara convencerse de que todo estaba bien, nada estaba bien en ese lugar, todos lo sabían, era una cárcel donde los recuerdos de la familia morían ahogados por el dinero que se le cobraba a los clientes. Allí, el cuerpo no valía nada, era una máquina que debía producir lo necesario, atraer lo necesario, ser lo necesario, eso era algo desolador y extraño, ya no había mujeres dueñas de si mismas, se perdían en su propia carne, odiándola como si fuera un ser desconocido, un monstruo, el culpable de sus penas.
Miraba hacia todas partes, contemplando aquel escenario de película de terror cubierto por el telón nocturno. Olor a licor y mierda, labial rojo manchado sobre el rostro, humo azul saliendo de la boca de alguna puta melancólica, todo a su alrededor era un lugar denso, como la vida que arrastraba tras ella desde que se sumergió en el mar de las pieles sudadas y asquerosas, las babas ajenas y los orgasmos fingidos...